Hace poco presencié una escena del todo espantosa. Escena que
se repite día tras día, hora tras horas en muchas de las ciudades del mundo.
Quizá sea porque es típico en el género humano sentir desconfianza sobre sí
mismo. Nos han acostumbrado a creer que existen seres perfectos, sin saber que
sólo existen en las historias sobre mitología.
Verán, la escena es la siguiente, seguramente la habrán
vivido alguna vez antes: Una chica entra a un pub y se acerca a la barra a
hablar con la camarera, ambas chicas bien parecidas sin nada que envidiar la
una de la otra. La muchacha que entra, alegre y simpática, se presenta y le
pregunta algo con toda soltura y encanto. Se muestra una persona bastante
sociable y dada a hablar sin reparos. Tras indicarle la camarera, barwoman o
como la quieran llamar, lo que quiera que la chica fuese buscando, hizo una mueca
de disgusto y comenzó a hablar con su compañera de trabajo sobre aquella
muchacha de una forma que dejaba bastante que desear. En fin, que criticó cada
actuación y aspecto de la agradable chica que acababa de conocer.
¿Qué nos dice eso sobre la camarera? Baja autoestima,
desconfianza propia, incapacidad para apreciar sus propias aptitudes. O lo que
es lo mismo: infelicidad. Cuando una persona no se acepta a sí misma, cuando no
se quiere, comienza a ver con malos ojos a los que sí lo hacen. Y digo yo, ¿por
qué no podríamos tener una envidia sana? De esas que te hacen plantearte que
algo en esa chica te gusta y que podrías conseguirlo tú también, en lugar de
ser desdichada y mostrar al público tu desdicha, falta de educación y falta de
disponibilidad al cambio.
Considero que el ser feliz no es fijarte en las cualidades
de los demás y verlas de una manera odiosa, es fijarte en tus propias
cualidades y más que simplemente aceptarlas, quererlas. Si cada día te dices lo
especial que eres acabarás viendo la realidad de que lo que dices es cierto.
Porque eres especial, no hay dos como tú. No dejes que la envidia no te permita
verlo.
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