viernes, 6 de diciembre de 2013

El vendedor de pañuelos

Hoy he tenido el placer de escuchar por casualidad una historia de superación personal que no he podido evitar escribir en este blog.

Este hombre de la foto se llama Howard Jackson y actualmente se encuentra vendiendo pañuelos en los semáforos de la localidad de Camas, en Sevilla, donde vive de okupa desde hace 8 años.

Howard proviene del país de Liberia, del que tuvo que huír con 16 años en medio de la guerra. Perdió a su familia y sobrevivió como pudo. A día de hoy es un apátrida, es decir, que no tiene nacionalidad alguna ya que aun no tiene permiso de residencia en España y la República de Libera señala que su nacionalidad liberina no puede ser probada.

Lo que más me ha llamado la atención de este hombre es que, a pesar de todas los infortunios que afectan su vida, no repercuten para nada en su buen humor y sus ganas de seguir luchando. Todos los días se viste con uno de sus 200 disfraces y sale al mundo con la intención de contagiar su mejor sonrisa al resto de habitantes. No le importa el frío o el calor, no le importa lo que dirán, no le importa nada más que el ratito de felicidad que le concede a cada uno de los vecinos de su localidad al verlo con sus mejores galas.

Pantera, monja, caperucita roja, cleopatra, escocés, veneciano, princesa, centurión romano, torero o pastora, como en la imagen, son algunos de los carácteres que utiliza cada día para poder cumplir su sueño y es que, no he contado aun lo mejor de todo: para qué quiere el dinero.

Howard utiliza sus beneficios para estudiar Derecho en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), pues su padre quería que estudiara esa carrera y él quiere ser juez. Aunque por su mala economía sólo pueda matricularse de dos o tres asignaturas al año está claro que no se rendirá nunca.

Siempre he tenido presente que si quieres, puedes y si no que le pregunten a Howard, el vendedor de pañuelos.

domingo, 22 de septiembre de 2013

El árbol confundido

Había una vez -en algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo-, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos.

Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste.

El pobre tenía un problema: "No sabía quién era"...

Lo que le faltaba era concentración, le decía el manzano, - Si realmente lo intentas, podrás tener sabrosísimas manzanas-. -¿Ves qué fácil es?-

-No lo escuches...-, exigía el rosal. -Es más sencillo tener rosas.. - ¿Ves qué bellas son?

Y el árbol, desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.

Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, le dijo: -No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución-:

-¡No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas. Sé tu mismo, conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior!-.

Y dicho esto, el búho desapareció.

-¿Mi voz interior?... ¿Ser yo mismo?... ¿Conocerme?... - Se preguntaba el árbol, desesperado,...
¡CUANDO DE PRONTO, COMPRENDIÓ!

Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole: -Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera, porque no eres un rosal-.

-¡Eres un roble!-. -Y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje... Tienes una misión: ¡Cúmplela!.

Y el árbol se sintió fuerte y seguro de si mismo, y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado.

Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.

Yo me pregunto, al ver a mi alrededor, -¿Cuántos serán robles que no se permiten a si mismos crecer?....
¿Cuántos serán rosales que, por miedo al reto, sólo dan espinas?.... ¿Cuántos, naranjos que no saben florecer?

En la vida, todos tenemos un destino que cumplir, un espacio que llenar. No permitamos que nada ni nadie nos impida conocer y compartir la maravillosa esencia de nuestro ser.
¡NUNCA LO OLVIDES!

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Me doy permiso para...

Me doy permiso para separarme de personas que me traten con brusquedad, presiones o violencia, de las que me ignoran, me niegan un beso, un abrazo...

No acepto ni la brusquedad ni mucho menos la violencia aunque vengan de mis padres o de mi marido, o mujer.
Ni de mis hijos, ni de mi jefe, ni de nadie.
Las personas bruscas o violentas quedan ya, desde este mismo momento fuera de mi vida.

Soy un ser humano que trata con consideración y respeto a los demás. Merezco también consideración y respeto.

Me doy permiso para no obligarme a ser “el alma de la fiesta”, el que pone el entusiasmo en las situaciones, ni ser la persona que pone el calor humano en el hogar, la que está dispuesta al diálogo para resolver conflictos cuando los demás ni siquiera lo intentan.

No he nacido para entretener y dar energía a los demás a costa de agotarme yo: no he nacido para estimularles con tal de que continúen a mi lado.
Mi propia existencia, mi ser; ya es valioso.
Si quieren continuar a mi lado deben aprender a valorarme.
Mi presencia ya es suficiente: no he de agotarme haciendo más.

Me doy permiso para no tolerar exigencias desproporcionadas en el trabajo.
No voy a cargar con responsabilidades que corresponden a otros y que tienen tendencia a desentenderse.
Si las exigencias de mis superiores son desproporcionadas hablaré con ellos clara y serenamente.

Me doy permiso para no hundirme las espaldas con cargas ajenas

Me doy permiso para dejar que se desvanezcan los miedos que me infundieron mis padres y las personas que me educaron. El mundo no es sólo hostilidad, engaño o agresión: hay también mucha belleza y alegría inexplorada.

Decido abandonar los miedos conocidos y me arriesgo a explorar las aventuras por conocer.
Más vale lo bueno que ya he ido conociendo y lo mejor que aún está por conocer. Voy a explorar sin angustia.

Me doy permiso para no agotarme intentando ser una persona excelente.
No soy perfecto, nadie es perfecto y la perfección es oprimente.
Me permito rechazar las ideas que me inculcaron en la infancia intentando que me amoldara a los esquemas ajenos, intentando obligarme a ser perfecto: un hombre sin fisuras, rígidamente irreprochable. Es decir: inhumano.

Asumo plenamente mi derecho a defenderme, a rechazar la hostilidad ajena, a no ser tan correcto como quieren; y asumo mi derecho a ponerles límites y barreras a algunas personas sin sentirme culpable.

No he nacido para ser la víctima de nadie.

Me doy permiso para no estar esperando alabanzas, manifestaciones de ternura o la valoración de los otros.
Me permito no sufrir angustia esperando una llamada de teléfono, una palabra amable o un gesto de consideración.
Me afirmo como una persona no adicta a la angustia.
Soy yo quien me valoro, me acepto y me aprecio No espero a que vengan esas consideraciones desde el exterior.
Y no espero encerrado o recluido ni en casa, ni en un pequeño círculo de personas de las que depender.

Al contrario de lo que me enseñaron en la infancia, la vida es una experiencia de abundancia.
Empiezo por reconocer mis valores, Y el resto vendrá solo. No espero de fuera.

Me doy permiso para no estar al día en muchas cuestiones de la vida: no necesito tanta información, tanto programa de ordenador, tanta película de cine, tanto periódico, tanto libro, tantas músicas.

Decido no intentar absorber el exceso de información. Me permito no querer saberlo todo. Me permito no aparentar que estoy al día en todo o en casi todo.

Y me doy permiso para saborear las cosas de la vida que mi cuerpo y mi mente pueden asimilar con un ritmo tranquilo.

Decido profundizar en todo cuanto ya tengo y soy. Con lo que soy es más que suficiente. Y aún sobra.

Me doy permiso para ser inmune a los elogios o alabanzas desmesurados: las personas que se exceden en consideración resultan abrumadoras. Y dan tanto porque quieren recibir mucho más a cambio.

Prefiero las relaciones menos densas.

Me permito un vivir con levedad, sin cargas ni demandas excesivas. No entro en su juego.

Me doy el permiso más importante de todos: el de ser auténtico.
No me impongo soportar situaciones y convenciones sociales que agotan, que me disgustan o que no deseo. 
No me esfuerzo por complacer.

Si intentan presionarme para que haga lo que mi cuerpo y mi mente no quieren hacer, me afirmo tranquila y firmemente diciendo que no. Es sencillo y liberador acostumbrarse a decir “no”.

Elijo lo que me da salud y vitalidad.

Me hago más fuerte y más sereno cuando mis decisiones las expreso como forma de decir lo que yo quiero o no quiero, y no como forma de despreciar las elecciones de otros.

No me justificaré: si estoy alegre, lo estoy; si estoy menos alegre, lo estoy; si un día señalado del calendario es socialmente obligatorio sentirse feliz, yo estaré como estaré.

Me permito estar tal como me sienta bien conmigo mismo y no como me ordenan las costumbres y los que me rodean: lo “normal” y lo “anormal” en mis estados emocionales lo establezco yo.

JOAQUÍN ARGENTE

jueves, 6 de junio de 2013

El monje que vendió su ferrari

¿Has leído "El monje que vendió su ferrari? ¿No? Y, ¿a qué esperas?. Es un libro más que recomendado para saber hayarse a uno mismo, la paz mental y espiritual y además poder alcanzar la felicidad eterna.


Cuenta la historia de Julián Mantle un exitoso abogado que creía haber llegado a alcanzar la felicidad de la vida a través del éxito y reconocimiento en su trabajo. Julián lo tenía todo (materialmente hablando): grandes casas, lujosos coches y mucho, muchísimo dinero para toda una vida y otra más. Pero ignoraba que el frenetsmo en el que vivía le podría costar la vida.


Tras un infarto en medio de uno de sus juicios el médico le dió un ultimátum: o su carrera o su vida, por lo que hizo las maletas y se alejó de todo el estrés de su vida, cambiándolo por un apasionante viaje por la India y así redescubrirse.


Es un libro que no te dejará indiferente. Te ayudará a ver las cosas de otro modo y te servirá de inspiración para cambiar esas pequeñas cosas en tu vida que consideras que no deberían estar ahí y te hacen infeliz.
¡No dejes de leerlo!

domingo, 21 de abril de 2013

Diferencias

Imagina un  hogar, un hogar feliz: dos pisos, jardín, mascota, padres cariñosos e hijos adorados, el ojito derecho y el izquierdo de mamá. Ahora imagina a esos dos niños, Ana de 14 años e Isaías de 4, jugando divertidamente en el interior a tirar y cazar pompas de jabón.

De pronto Ana para de hacer pompas y coge la mano de Isaías, las mira detenidamente y reclama la atención de su hermano en la misma dirección.

- Isaías, dime ¿ves la diferencia de nuestras manos?
- Sí, - contesta el benjamín - la mía es más pequeña.

Debo añadir que Isaías es un niño de color, adoptado por una familia blanca cuando apenas contaba con unos meses de vida.

Si ellos no ven la diferencia entre un color y otro ¿por qué enseñársela? Si sólo son capaces de ver el amor de sus padres, ¿por qué enseñarles a ver el odio que sienten los demás? ¿No sería mejor dejarles crecer atendiendo más a las igualdades que a las diferencias? ¿que aprecien más el interior que el exterior?

viernes, 19 de abril de 2013

La tristeza y la furia


En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta...

En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas.

Había una vez... un estanque maravilloso.

Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente...

Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia.

Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al estanque.

La furia, apurada (como siempre esta la furia), urgida -sin saber por qué- se baño rápidamente y más rápidamente aún, salió del agua...

Pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró...

Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza...

Y así vestida de tristeza, la furia se fue.

Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque.

En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba.

Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.

Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad... está escondida la tristeza.

- Jorge Bucay -