Nunca se ve el mundo mejor que cuando eres un niño. Esas
criaturas inocentes que con su infinita sabiduría sólo aciertan a ver el mejor
lado de las cosas.
Me contó mi madre que cuando apenas levantaba unos palmos
del suelo solía llevarme cientos de piedras de las playas que visitábamos alegando
que todas eran bellas. Cada una sacaba a su manera interés en mí. Mientras los
demás sólo veían pedruscos amorfos yo veía tesoros. Y es que cada cosa en este
mundo es un tesoro en bruto que únicamente precisa de una mirada inocente para
ser descubierto.
¿Recuerdas cuanto tiempo podías pasar observando las nubes,
buscando formas en el cielo? ¿O lo que aprovechabas cualquier excursión al
monte o a la playa indagando por todos los rincones posibles?
El paso de la niñez a la edad adulta nos ha cegado para
ciertas cosas pero nos ha abierto los ojos en otras ocasiones. Ahora podemos
comprender mejor muchas cosas que de pequeños no entendíamos. Volver a ver una
película infantil supone averiguar nuevos mensajes como la poca importancia que
da el amor a las desigualdades físicas o sociales en la Bella y la Bestia o
Tarzán. Lo que considera cada persona importarte en el mundo y el respeto a la
naturaleza en Pocahontas. Lo bueno que es valerse de un amigo en los peores
momentos como en Toy Story. Podría seguir contando mil y una historias pero es
mejor que lo descubran ustedes mismos.
Nunca puedes volver atrás y ser como eras, pero puedes ser
algo nuevo y mejorado. Nunca volverás a ver tras los ojos del niño que fuiste,
pero podrás ser el niño tras el adulto que hoy eres. No dejes de ver el mundo
con la inocencia de los más pequeños.
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