Erase una vez un hombre que iba por la calle rebosante de alegría, tarareando su canción favorita mientras disfrutaba de los olores del viento, los colores de la brisa y el placer de vivir. De pronto, observó que en un banco se encontraba sentado un hombre apagado, triste, al cual le corrían lágrimas de puro dolor por sus débiles mejillas. Nada más ver la escena supo que tenía que acercarse por si podía ser de ayuda.
- Disculpe señor, espero no molestarle, pero no he podido evitar observar su desmoronada alma y me preguntaba si podría ayudarle en algo.
- Muchas gracias, pero no merece la pena. No querría malgastar su preciado tiempo con mis tonterías. No valgo tanto.
- Se equivoca. Nunca nadie valdrá más que usted ni usted más que nadie. No deje que un bache le impida apreciar su propia valía.
Al oír estas palabras el hombre triste decidió contar lo que le ocurría:
- Bueno, verá. Hoy he perdido mi empleo y al llegar a casa y contárselo a mi mujer se ha enfadado diciendo que me han despedido por mi culpa. Luego ha cogido a nuestros hijos y se ha ido de casa. Ahora estoy solo, sin nadie que me apoye y sin nada por lo que vivir.
- ¿Eso le entristece? Lo mismo que ocurrió a mí hace un año y ni mi mujer ni mi trabajo han vuelto.
- Y ¿cómo puede ser tan feliz? ¿No la quería?
- Con locura.
- Entonces, ¿no le gustaba su trabajo?
- Era el trabajo de mis sueños.
- Explíqueme pues, el origen de su felicidad.
- Verá, es muy sencillo. Aprendí que mis pensamientos, comportamientos, sentimientos e incluso mi estado de ánimo los controlo yo. Que no hay algo tan importante como para dejar de vivir por su ausencia. Que las tristezas de hoy son las anécdotas del mañana y que el único que se va a encargar de mi propia felicidad voy a ser yo.
Ella no quiso estar conmino porque quizá se extinguieron sus sentimientos por mí, no porque yo no fuese valioso. En mi trabajo dejaron de precisar mis servicios, pero no significa que no sirva para trabajar.
Comprendiendo todo esto he decidido hacerme cargo de mis actos y sentimientos, he decidido ser feliz. Porque la felicidad no te la da un buen trabajo, un buen coche, una buena casa o una buena familia, la felicidad nace y crece en tu interior y se desarrolla debido a tu amor propio. Yo soy feliz porque me quiero y aprecio cada instante en este mundo, el placer de respirar, de correr, de sonreír, y no por lo que puedan sentir o pensar los demás de mí.
Oído esto, el hombre triste se secó las lágrimas, se levantó y con una nueva luz en su rostro fue en busca de su propio camino a la felicidad.
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