jueves, 26 de julio de 2012

Nos acostumbramos…

Nos acostumbramos a vivir en nuestra casa y a no tener otra vista que no sean las ventanas de los edificios que nos rodean. Y como estamos acostumbrados a no ver más que ventanas y edificios, nos acostumbramos a no mirar hacia afuera. Como no miramos hacia afuera, nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas. Al no abrir completamente las cortinas nos acostumbramos a encender la luz antes. Nos acostumbramos tanto, que olvidamos el sol, olvidamos el aire, olvidamos el paisaje. Nos acostumbramos a despertar sobresaltados porque se nos hizo tarde. A tomar rápido el desayuno porque llegamos tarde. A comer un sándwich porque no tenemos tiempo para comer a gusto. A salir del trabajo cuando ya anocheció. A cenar rápido y dormir con el estómago pesado sin haber vivido el día, porque tenemos que ir a trabajar temprano.

Nos acostumbramos a esperar un “no puedo” en el teléfono. A sonreír sin recibir una sonrisa de vuelta. A ser ignorados cuando necesitamos ser vistos. Si el trabajo resulta duro, nos consolamos pensando en el fin de semana. Y cuando llega el fin de semana, nos aburrimos y deseamos que llegue el lunes para ir a trabajar. Nos acostumbramos tanto a este estilo de vida, que parece que estamos ahorrando vida por miedo a gastarla, y al final, nos olvidamos de vivir.

A.Y.Cruz

martes, 24 de julio de 2012

Tan importante como cualquiera



domingo, 22 de julio de 2012

Reclínate y relájate




viernes, 20 de julio de 2012

Perfec... ¿¿qué??

¿Has oído hablar de la perfección? Son todo mitos y leyendas. No existe una persona perfecta y si existiese sería muy, pero que muy aburrida.

¿Quien quiere tener a su lado a alguien perfecto para que resalte sus defectos? Nadie.

Siempre que alguien tiene una virtud tiene un defecto. Ahí está lo bonito. La perfección es la imperfección. Somos imperfectos por naturaleza y aceptarlo nos hace perfectos.

Al diablo con los cánones de belleza empleados por las empresas de cosméticos, al diablo con las rubias tontas y las morenas listas, con las misses, las top models, las play boy, todas esas mujeres que para seguir manteniendo su imagen se pegan el día de hospital en hospital y de tienda en tienda, sin olvidar pasar por chapa y pintura. ¿Son felices? ¿Tienen vida?

Yo soy imperfecta y me alegro de no tener que llegar cada día a un listón impuesto por la sociedad.

viernes, 13 de julio de 2012

Cuando eramos enanos


Nunca se ve el mundo mejor que cuando eres un niño. Esas criaturas inocentes que con su infinita sabiduría sólo aciertan a ver el mejor lado de las cosas.

Me contó mi madre que cuando apenas levantaba unos palmos del suelo solía llevarme cientos de piedras de las playas que visitábamos alegando que todas eran bellas. Cada una sacaba a su manera interés en mí. Mientras los demás sólo veían pedruscos amorfos yo veía tesoros. Y es que cada cosa en este mundo es un tesoro en bruto que únicamente precisa de una mirada inocente para ser descubierto.

¿Recuerdas cuanto tiempo podías pasar observando las nubes, buscando formas en el cielo? ¿O lo que aprovechabas cualquier excursión al monte o a la playa indagando por todos los rincones posibles?

El paso de la niñez a la edad adulta nos ha cegado para ciertas cosas pero nos ha abierto los ojos en otras ocasiones. Ahora podemos comprender mejor muchas cosas que de pequeños no entendíamos. Volver a ver una película infantil supone averiguar nuevos mensajes como la poca importancia que da el amor a las desigualdades físicas o sociales en la Bella y la Bestia o Tarzán. Lo que considera cada persona importarte en el mundo y el respeto a la naturaleza en Pocahontas. Lo bueno que es valerse de un amigo en los peores momentos como en Toy Story. Podría seguir contando mil y una historias pero es mejor que lo descubran ustedes mismos.

Nunca puedes volver atrás y ser como eras, pero puedes ser algo nuevo y mejorado. Nunca volverás a ver tras los ojos del niño que fuiste, pero podrás ser el niño tras el adulto que hoy eres. No dejes de ver el mundo con la inocencia de los más pequeños.


miércoles, 4 de julio de 2012

Exactamente lo que mereces

Cuando llegaron a Egipto, el Alquimista y el muchacho llamaron a las puertas de un convento donde los recibió un monje. El Alquimista decidió mostrarle al joven el poder de la piedra filosofal transformando un poco de plomo en oro. Después emprendieron de nuevo el camino:

Caminaron de vuelta hasta la puerta del convento. Allí, el Alquimista dividió el disco (de oro) en cuatro partes.
  - Ésta es para usted -dijo ofreciéndole una parte al monje- . Por su generosidad con los peregrinos.
  - Esto es un pago que excede a mi generosidad -replicó el monje.
  - Jamás repita eso. La vida puede escucharlo y darle menos la próxima vez.

Este fragmento de El Alquimista de Paulo Coelho me recuerda a algo que solemos hacer a menudo: menospreciarnos.

Muchas veces alguien nos hace un halago que nosotros mismos no somos capaces de asimilar y por tanto lo rechazamos. El típico: “¡Qué guapa estás hoy!” o “¡Que buen trabajo” se convierte en un recuerdo a nuestra baja autoestima y simplemente contestamos con un “No es cierto” dejando que nuestra mente también crea que no lo es. Mensajes negativos que nos autoinculcamos y de los que nos autoconvencemos.

Pero dime, ¿qué ocurre cuando sucede lo contrario? Cuando te llaman fea o feo, o te dicen que eres torpe. Ahí sí, eso sí. Es más lógico pensar que lo hacemos todo mal y lo asumimos sin rechistar.

Tu mente está cargada de negatividad y eso es lo que acepta. Aprende a decirte cada día ¡Qué guap@ soy! ¡Qué arte tengo! Y sobre todo, por encima de cualquier cosa, no rechaces un halago regalado, responde con un “Gracias”, porque como dice el Alquimista la vida puede escucharlo y darte menos la próxima vez.