Cuando llegaron a Egipto, el Alquimista y el muchacho llamaron a las puertas de un convento donde los recibió un monje. El Alquimista decidió mostrarle al joven el poder de la piedra filosofal transformando un poco de plomo en oro. Después emprendieron de nuevo el camino:
Caminaron de vuelta hasta la puerta del convento. Allí, el Alquimista dividió el disco (de oro) en cuatro partes.
- Ésta es para usted -dijo ofreciéndole una parte al monje- . Por su generosidad con los peregrinos.
- Esto es un pago que excede a mi generosidad -replicó el monje.
- Jamás repita eso. La vida puede escucharlo y darle menos la próxima vez.
Este fragmento de El Alquimista de Paulo Coelho me recuerda a algo que solemos hacer a menudo: menospreciarnos.
Muchas veces alguien nos hace un halago que nosotros mismos no somos capaces de asimilar y por tanto lo rechazamos. El típico: “¡Qué guapa estás hoy!” o “¡Que buen trabajo” se convierte en un recuerdo a nuestra baja autoestima y simplemente contestamos con un “No es cierto” dejando que nuestra mente también crea que no lo es. Mensajes negativos que nos autoinculcamos y de los que nos autoconvencemos.
Pero dime, ¿qué ocurre cuando sucede lo contrario? Cuando te llaman fea o feo, o te dicen que eres torpe. Ahí sí, eso sí. Es más lógico pensar que lo hacemos todo mal y lo asumimos sin rechistar.
Tu mente está cargada de negatividad y eso es lo que acepta. Aprende a decirte cada día ¡Qué guap@ soy! ¡Qué arte tengo! Y sobre todo, por encima de cualquier cosa, no rechaces un halago regalado, responde con un “Gracias”, porque como dice el Alquimista la vida puede escucharlo y darte menos la próxima vez.