jueves, 30 de agosto de 2012

El Guerrero Pacífico

"Cada momento es único. No hay instantes vacíos".

"La felicidad es el viaje, no el destino".

"La muerte no es triste. Lo es que la gente no sepa vivir".

Estas son frases de "El Guerrero Pacífico", película basada en la novela autobiográfica "El Camino del Guerrero Pacífico" de Dan Millman.

Trata de un joven con el sueño de ganar el oro practicando lo que siempre le ha apasionado, el deporte olímpico. Un día, Dan, sufre un grave accidente de moto que le rompe la pierna y le impide seguir compitiendo. Pero gracias a su fortaleza y a las enseñanzas de un hombre al que conoció un día en una gasolinera se da cuenta de que puede hacer mucho más de lo que todo el mundo cree.

Es una historia de superación, de afrontar los temores, pero sobre todo es una historia en la que se enseña a vivir el día a día, a vivir el ahora, el momento, puesto que no vivimos en otro tiempo.

Las preocupaciones del pasado y del futuro no son más que basura en nuestra mente y debemos eliminarlas para poder experimentar lo que es realmente la vida, es lo que nos enseña en guerrero pacífico.

Realmente recomiendo está película y su novela homónima, pues aunque no la haya leído aun, estoy segura de que podremos aprender aun más. Somos alumnos, no lo olvidemos.

domingo, 19 de agosto de 2012

El Tesoro Enterrado


La sesión anterior me había dejado inquieto, por no decir preocupado. Este tema de que el pobre señor se seguía cagando encima, sin que importe en manos de qué terapeuta cayera, me obligó a replantearme mi propia decisión de hacer terapia:
Después de todo, yo no quería seguir en terapia ni para llegar a entender por qué, ni para usar bombachitas, ni para que dejara de importarme. Así que, si esto era lo que se podía obtener de esta inversión de tiempo y dinero, había llegado la hora de partir.

—...Entonces, gordo, ya no es un problema de escuelas terapéuticas. Ahora mi planteo es: ¿Para qué c... estoy aquí?
—Lamentablemente, esa respuesta no la tengo yo, esa respuesta la tienes tú.
—Estoy confundido, muy confundido. Hasta la sesión pasada, yo estaba seguro de la utilidad de la psicoterapia; yo era uno de esos tipos que mandaban a un terapeuta a todos sus amigos.
Pero de repente, en la sesión pasada MI PROPIO terapeuta me dice que un tipo que llega cagándose encima, cojeando, deprimido, o loco; se va tan cagado, rengo, triste y delirado como llegó... No entendiendo... Esto es muy confuso...
— Nada sale de oponerse a la confusión, te molesta la situación por el prejuicio de que deberías tenerlo claro, deberías no estar confuso, deberías tener todas las respuestas, deberías... deberías... Relájate, Demi, como ya te dije, en Gestalt el único “Debería” es: Deberías saber que NO “deberías” nada en absoluto.
—Es verdad, incluso sin “deberías” hay respuestas que necesito y no las tengo.
—¿Te cuento un cuento?
Ese día más que otros, abrí mis oídos. Yo sabía que un relato de Jorge, una parábola y hasta un chiste me habían ayudado antes a encontrar la claridad en la confusión.

Había una vez en la ciudad de Cracovia, un anciano piadoso y solidario que se llamaba Izy. Durante varias noches, Izy soñó que viajaba a Praga y llegaba hasta un puente sobre un río; soñó que a un costado del río y debajo del puente se hallaba un frondoso árbol. Soñó que él mismo cavaba un pozo al lado del árbol y que de ese pozo sacaba un tesoro que le traía bienestar y tranquilidad para toda su vida.
Al principio Izy no le dio importancia, pero después de repetirse el sueño durante varias semanas, interpretó que era un mensaje y decidió que él no podía desoír esta información que le llegaba de Dios o no se sabía de dónde, mientras dormía.
Así que, fiel a su intuición, cargó su mula para una larga travesía y partió hacia Praga.
Después de seis días de marcha, el anciano llegó a Praga y se dedicó a buscar, en las afueras de la ciudad, el puente sobre el río.
No había muchos ríos, ni muchos puentes. Así que rápidamente encontró el lugar que buscaba. Todo era igual que en su sueño: el río, el puente y, a un costado del río, el árbol debajo del cual debía cavar.
Sólo había un detalle que en el sueño no había aparecido: el puente era custodiado día y noche por un soldado de la guardia imperial.
Izy no se animaba a cavar mientras estuviera allí el soldado, así que acampó cerca del puente y esperó. A la segunda noche el soldado empezó a sospechar de ese hombre cerca de SU puente, así que se aproximó para interrogarlo.
El viejo no encontró razón para mentirle. Por eso le contó que venía viajando desde una ciudad muy lejana, porque había soñado que en Praga debajo de un puente como éste, había un tesoro enterrado.
El guardia empezó a reírse a carcajadas:
—Mira que has viajado mucho por una estupidez –le dijo el guardia—. Hace tres años que yo sueño todas las noches que en la ciudad de Cracovia, debajo de la cocina de la casa de un viejo loco, de nombre Izy, hay un tesoro enterrado. Ja... Ja... mira si yo debiera irme a Cracovia para buscar a este Izy y cavar debajo de su cocina... Ja... Ja... Ja....Izy agradeció humildemente al guardia y regresó a su casa.
Al llegar, cavó un pozo debajo de su propia cocina y sacó el tesoro que siempre había estado allí enterrado...

Después del cuento, el gordo hizo un larguísimo silencio, hasta que sonó el timbre del próximo paciente. Jorge se acercó, me abrazó, me besó en la frente y me fui.
Repasé la sesión mentalmente. Al comienzo de la conversación ya el gordo me había dicho lo mismo que después, con el cuento: “la respuesta a tus preguntas no la tengo yo, sino tú”.
Las respuestas las encontraría en mí. No en Jorge, no en los libros, no en la terapia, no en mis amigos... en mí... sólo en mí...
En ningún otro lado... me repetía una y otra vez... en ningún otro lado...
Y entonces me di cuenta: Nadie podía decirme si la terapia “sirve” o no sirve. Solamente yo podía saber si “ME sirve”, y esta respuesta sería válida sólo para mí (y sólo por ahora). Yo había vivido gran parte de mi vida, ahora entendía, buscando a otro para que me dijera qué estaba bien y qué estaba mal. Buscando a otros que me miraran, para poder verme. Buscando afuera lo que en realidad siempre estuvo adentro (debajo de mi propia cocina).
Ahora estaba claro, la terapia es nada más que una herramienta para poder cavar en el lugar correcto y desenterrar el tesoro escondido. El terapeuta no es más que aquel soldado que, a su modo, dice una y otra vez dónde buscar y repite sin cansarse, que es estúpido buscar afuera...
La confusión había cesado y como Izy me sentí afortunado y tranquilo de saber, por fin, que el tesoro está conmigo, que siempre lo estuvo y que es imposible perderlo.

- Jorge Bucay -

domingo, 12 de agosto de 2012

El elefante encadenado


Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.

Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.

El misterio sigue pareciéndome evidente:

¿Qué lo sujeta entonces?
¿Por qué no huye?

Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?».

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.

Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio
como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él.
Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro... Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede.
Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza...

Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje:
No puedo, no puedo y nunca podré.

Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosostros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.


Cuando, a  veces, sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la
estaca y pensamos:
No puedo y nunca podré.

Tu única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo TODO TU CORAZÓN...

-Jorge Bucay- 


viernes, 3 de agosto de 2012

Feliz no cumpleaños

"Feliz feliz no cumpleaños..." Cantan así el Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo, pero ¿qué es un no cumpleaños?

Bien sabido es que tienes tú un cumpleaños, imagínate uno solamente al año, pero te quedan 364 días de no cumpleaños. Lo que es lo mismo: celebran cada día con una gran fiesta de té.

Para ellos es un día más de "no cumpleaños", pero para el resto de locos del mundo es un día más de vida que poder disfrutar y que es digno de celebración. Cada día cuenta. Vívelo, disfrútalo, siéntelo y no te olvides nunca de hacer lo que tú quieres, pues tu vida es sólo tuya.

Disfruta de cada no cumpleaños con una fiesta diaria o simplemente con algo que deseas hacer.

¡¡Feliz no cumpleaños!!